Inicialmente, la mujer, que lucía un vestido dorado brillante, parecía satisfecha con dar vueltas con su pareja, pero después se fue directamente al lugar del mandatario y lo invitó a señas a que fuera a la pista.
“No, no”, parecía decir Obama con la cara mientras declinaba la invitación de la bailarina, no una, sino muchas veces. Pero la bailarina jamás desistió.
Consiguió su propósito y Obama pronto se pavoneó en la pista de baile. Tuvo sus fallas, pero el mandatario al final tomó ritmo.
Para cuando había terminado la música, Obama y la bailarina estaban con los brazos en lo alto ante la mirada de centenares de personas en el auditorio.
La primera dama hizo lo propio con un bailarín vestido de negro.